El comienzo

Hace ya casi 15 años íbamos paseando a Tobi (perrito ) por la orilla del río Henares, una calurosa tarde de principios de junio, cuando apareció un gazapito blanco. Pensé… no puede ser… Creí que sería otra cosa, un pato blanco quizás, de los que a veces se ven por allí. Pero no, era un conejito pequeño, precioso y blanco. Lo cogí y volví a casa en brazos con él. Yo no lo sabía entonces, pero había comenzado una nueva aventura.

"The Matrix has you...Follow the white rabbit. Knock, Knock, Neo."

Y seguí al conejo blanco. Le puse de nombre Siro y empecé a pensar qué hacer con él. Al igual que en la mítica película, estaba a punto de tener que elegir entre abrazar la incómoda verdad o la dichosa ignorancia.

“This is your last chance. After this, there is no turning back. You take the blue pill—the story ends, you wake up in your bed and believe whatever you want to believe. You take the red pill—you stay in Wonderland, and I show you how deep the rabbit hole goes. Remember: all I'm offering is the truth. Nothing more.”

Me tragué la píldora roja del tirón. No podía dejar a Siro en manos de cualquiera que no supiera cuidarlo,así que primero tenía yo que aprender cómo debía cuidarse un conejo. Y debía aprender tanto. Cuando quise darme cuenta, la terrible verdad sobre el abandono y la negligencia que sufren, como otros muchos animales, los conejos, me sacó del todo de la complacencia y la ignorancia. Empezó la lucha, el estudio, las lágrimas y las sonrisas. Los rescates, las visitas al veterinario, las nuevas amistades, la investigación y la determinación de hacer algo que marcase la diferencia para algunos animales. Siro se quedó conmigo, fue mi primer amor lagomorfo, no pensé que uno se podía enamorar de un conejo. Cosas de la oxitocina, supongo. Después vinieron muchos más conejos, algunos en acogida, otros para siempre. Mis maestros y mi ancla al mundo y a la realidad, por encima de amores mal entendidos y de antropocentrismo. Desde entonces los conejos me enseñan cosas cada día y me recuerdan fastidiosamente que cada animal con capacidad de sentir merece ser respetado y preservado del dolor y el sufrimiento y, sobre todo, que nada de lo que ser humano ha construido es más bello que ver a un animal feliz y relajado.

Hoy empiezo esta nueva aventura para compartir sus enseñanzas. Que no solo son sobre qué deben comer o qué camita les gusta más. Son, sobre todo, sobre cómo mirarlos y verlos a ellos, dejar de vernos a nosotros mismos y aceptar con humildad la perfección de sus cuerpos y sus almas, mucho más puras y bellas que las nuestras, porque carecen de maldad. Esta aventura va de la experiencia de compartir casa con seres tan increíbles como los conejos. Tener animales en casa no es un derecho, es un privilegio que debemos merecer poniendo todo de nuestra parte para que su forzoso cautiverio sea lo más llevadero posible y, con suerte, quizás, ellos nos quieran un poquito. Aunque no lo merezcamos demasiado.

Siro, mi amor, esto es todo gracias a tí. No te olvido, te quiero siempre. Gracias por despertarme.


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Quiero un conejo