Protección animal

La lucha contra el mal

Cuando trabajas en protección animal luchas contra el dolor y la muerte evitables causadas directamente por seres humanos sin empatía. Es una lucha infinita, sin tregua, sin final en el horizonte, con batallas ganadas y también muchas perdidas, con muchas bajas y la constante impotencia de luchar casi sin armas, a pecho descubierto. Ese pecho que acaba trufado de heridas y cicatrices, porque se lucha con las manos, con la espalda y con la cabeza pero, sobre todo, se lucha con el corazón. Ya poco importa que casi nunca esté remunerado, mejor así, el dinero todo lo corrompe. Nuestro salario es ver sus caras y sus nuevas vidas cuando la lucha nos da alegrías. No somos una panda de traumatizados por la muerte de la madre de Bambi en nuestra infancia. Somos guerreros valientes y generosos, funambulistas eternos en la cuerda de locura. Porque no podemos perder la sensibilidad o la empatía con los indefensos que intentamos salvar, pero cada caso, sea un éxito o un fracaso, se lleva un trocito de nuestra inocencia y de nuestra fe en el ser humano, un trocito de la bondad que nos mueve. Debemos mantenernos fuertes y, a la vez, seguir sintiendo. Porque, si no sentimos cada desgarro, la gasolina que nos mueve se agota y volvemos a la inmensa masa amorfa de personas que miran a otro lado. Nuestros congéneres son, en su mayoría cómplices o verdugos, pues el que se muestra indiferente ante la injusticia es siempre cómplice de los injustos. Aún así debemos seguir creyendo en la bondad humana para encontrar guardianes y cuidadores de nuestros protegidos: los inocentes. Nadie nos reclutó, nos presentamos voluntarios a la batalla. Formamos nuestros ejércitos y los financiamos nosotros mismos, conscientes de que es una lucha desigual y que tenemos perdida de antemano. Pero convencidos de que solo salvar una vida, merece la pena el esfuerzo. Somos la resistencia abocada al fracaso. No se puede estar más loco. Pudiendo vivir una existencia tranquila, de fines de semana ociosos y tardes de diario en familia, elegimos poner nuestro tiempo, dinero y energías al servicio de la causa más perdida que existe: evitar el dolor animal a manos de los humanos.



Caemos mal. A mucha gente. Somos una panda de lunáticos incómodos. Somos el testigo de la vergüenza absoluta que representa que existan humanos que disfruten haciendo daño a seres indefensos, humanos sin empatía, humanos irresponsables, humanos egoístas, humanos ciegos y, peor, gobiernos que dejan en manos de particulares una responsabilidad que les corresponde. Nos tachan de infantiles, de radicales, de inadaptados. ¿Desde cuándo son la empatía, el compromiso y el sentido de la justicia infantiles? Una sociedad tiene que estar muy enferma para considerar algo así. ¿Pueden el amor y la compasión ser radicales? ¿Puede la lucha contra el maltrato, la violencia o la muerte ser tibia o moderada, comprometerse con medias tintas? En otros campos más humanos es bien aceptada la frase “Contra el maltrato, tolerancia cero” Pero cuando el maltrato lo sufren los más indefensos (los que ni las leyes protegen), entonces se nos pide tolerancia. Son solo animales. ¿Y tú que eres? Los humanos somos igualmente animales, no muy distintos de esos a los que maltratamos, con los que compartimos muchas veces altísimos porcentajes de nuestro ADN. Pero nos creemos superiores, por encima del bien y el mal, con derecho a decidir quiene tiene derechos. La soberbia es el mayor pecado humano. Nuestro puesto de privilegio en el mundo nos hace creemos con derecho a disponer del resto del Universo a nuestro antojo, como si no fuéramos meramente un trocito pequeño de materia organizada, que además, por obra y gracia de la evolución, tenemos la capacidad de entender el bien, el mal, la ética, el dolor, la responsabilidad o el deber. Esa capacidad única de entender, no solo de sentir, lejos de incluir una obligación moral, nos sirve solo para sentirnos mejores y con derecho a arrasar por donde caminamos.

El ser humano puede llegar a ser tan absurdo. Los hay que no se espantan porque haya congéneres que disfruten matando o viendo matar y torturar, o que no les importe el sufrimiento de otros seres a cambio de poder comer lo que quieren, o que se compren un animal  y lo abandonen como un bolso cuando se cansan de él. No se sorprenden de que sea lícito criar animales condenados inevitablemente a la cautividad en el mejor de los casos, en el peor al abandono, la muerte, la tortura o la negligencia. Sin embargo se escandalizan porque unos descerebrados les intentan recordar que un gran poder implica una gran responsabilidad y que es nuestra responsabilidad cuidar de nuestros hermanos pequeños, los animales no humanos, los niños del  planeta Tierra.

Mientras la caza, el mascotismo, la industria ganadera, la tauromaquia, la peletería, los zoos, los circos con animales, la pesca, las piscifactorías, la cautividad, muerte y tortura de cualquier animal sea legal en el mundo, malamente vamos a poder defender que somos algo especial en la creación. Para mí la civilización pasa inexcusablemente por el cese total de todo maltrato y explotación de otros animales. La civilización solo puede surgir de la empatía, la justicia y el respeto para todos los que sienten y padecen como nosotros. Lo demás es solo palabrería y autocomplacencia, narcisismo del ser humano, lo que viene a llamarse antropocentrismo.

Soldados del amor, no abandonéis la lucha. El mundo os necesita para ser mejor y yo os necesito para seguir creyendo en el ser humano y en un futuro civilizado de verdad.

No os rindáis nunca.

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Los animales no humanos

Los niños del mundo, nuestros hermanos pequeños a los que debemos cuidar y proteger.



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